Este nuevo modelo de crianza que está creciendo en
el S.XXI está haciendo de los niños, unos jóvenes dependientes emocionalmente
de sus padres con tolerancia cero a la frustración, entre otras cosas.
Algunos padres de hoy día, se centran en tener el
hijo, el alumno perfecto. Compiten continuamente para que su hijo destaque sobre
los demás cargando su agenda de actividades: deporte, conservatorio, clases
particulares, inglés, baile…pero se olvidan de que es un niño. Trabajan por y
para los hijos y les hacen ver a los demás el esfuerzo diario que hacen por
darle esas oportunidades.
Paralelamente, dejan de darle responsabilidades en casa
o en los estudios, de hacerlos cada vez más autónomos y capaces de enfrentarse
a la vida real. “¡Pobrecillo/a, viene tan cansado del cole! Cómo le voy a pedir
que recoja su habitación o que me ayude. Ya lo hago yo”. “¡Ay que ver qué
despistado! No ha anotado la tarea, voy a preguntar por el grupo de Whatsapp de
madres (¡última moda!).
Y al sumar cargas que llevan por los hijos, no caen
en la cuenta de que están restando. Se resta tiempo de calidad con ellos, de afectividad,
de escucharles, de dejar que se equivoquen, de que asuman sus responsabilidades
y que aprendan de sus errores. En definitiva, de pasar tiempo educando ellos
mismos a sus hijos. Padres que buscando la perfección y la familia ideal,
tendrán niños y jóvenes con más miedo a la incertidumbre, poca tolerancia a la
frustración, y mínima capacidad de superación.
¿Te reconoces en este patrón?
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